La novedad de las respuestas cristianas

 La novedad de las respuestas cristianas 

El cristianismo propone una visión total del mundo. Se puede comparar a una sinfonía: cada instrumento de la orquesta tiene su propio sonido y crea su propia melodía, pero el todo es armónico. Y, si uno de ellos deja de sonar o falla, el conjunto de la obra queda dañado. Por eso no es posible asumir un conjunto de verdades y abandonar otras: exige una aceptación total de su contenido; no se puede aceptar en fragmentos.

¿Por qué? Porque la fe cristiana no es un invento de los hombres, sino una revelación directa de Dios. Esto no quiere decir que podamos comprender totalmente todas las verdades de la fe. No es que sean irracionales, sino que superan la limitación propia de la inteligencia humana. Esto sucede especialmente con las verdades que se refieren a la vida íntima de Dios.

De esta manera, mediante la razón, podemos conocer que Dios existe, pero no cómo es Dios realmente. Él ha querido darse a conocer y abrirnos su intimidad para que podamos amarlo más allá de lo que seríamos capaces por nuestras propias fuerzas (CEC, n.º 52).

Negar una parte de esta Revelación —porque resulta exigente o difícil de cumplir— equivaldría a decir que Dios se ha equivocado o que no nos podemos fiar de él (por ejemplo, afirmar que nadie puede cumplir lo que Dios pide supone ignorar que, con su ayuda, todo es posible).

Si Dios es el Creador de toda la realidad a partir de la nada, nada se le escapa. Él, que ha creado por amor, cuida de sus criaturas, es decir, es providente. 

Todo tiene como origen común su propósito amoroso: los lirios del campo, las aves del cielo, los cabellos de nuestras cabezas. Eso genera en el cristiano confianza en el origen —es decir, existo porque alguien me ama— y esperanza en que podrá cumplir con los designios de Dios para él.



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